martes, 23 de agosto de 2016

El Bosco, 500 años de fascinación simbólica


Hieronymus van Aeken "El Bosco"
(1450-1516)

Tentaciones, extracciones, pecados, juicios e infiernos o jardines deliciosos forman parte de la temática de las escasas obras que el Bosco nos legó. La Alquimia, tan presente en Europa hasta el S. XVII y de la que Felipe II fue un gran practicante, guiará su creatividad y también el deslumbramiento absoluto que el rey "prudente" tuvo por este pintor holandés que visitará Europa en dos ocasiones. Entre los muchos objetos y símbolos que caracterizaron la práctica de la Alquimia, se encuentran el alambique y el huevo que desde la Antigüedad era símbolo del Universo y que aparecen en alguna de las obras de nuestro artista.

Su mensaje está encriptado en extraños y fantásticos personajes que se devoran entre sí, que se transforman en seres imaginarios, así como en símbolos, cuyo significado hoy se nos escapa, pero que en aquella época todos entendían. A pesar de ese fallido adjetivo de "oscura" o "negra" con la que califican algunos a la Edad Media, en ningún momento de la historia ha habido mayor riqueza y libertad simbólica e iconográfica. Recordemos los canecillos que pueblan nuestras iglesias románicas plagados de motivos eróticos y sexuales que hoy nos siguen fascinando. La obra de el Bosco pivota además en otros pilares: la profunda religiosidad de la época y de nuestro artista mostrando lecciones moralizantes y la crítica hacia la sociedad en la que vivió, en la cual los excesos y la corrupción quedará recogida a través de herméticas claves. Y precisamente esto último aparece en el Tríptico del carro de heno. A través de ángeles caídos expulsados del Paraíso y que por su desobediencia a Dios adquieren formas monstruosas y rocambolescas o la representación del lugar en el que pasaremos la eternidad si sucumbimos al pecado, nos insinúa que nos apartemos del apego a lo material que es símbolo del demonio. El Bosco ha elegido el mensaje contrario al que se propugnaba en aquella época: el de hacer el bien, un mensaje en sintonía con el que desprende las Sagradas Escrituras y el leitmotiv de cualquier buen cristiano. Sin embargo nuestro artista, mucho más terrenal, nos insta a que nos alejemos del mal. Este tríptico recoge un proverbio flamenco: El mundo es como un carro de heno, y cada uno coge lo que puede, e ilustra diferentes versículos de las Escrituras. Lo cual nos muestra además la plasmación de elementos que estaban al alcance de todos.
Tríptico del carro de heno (1512-1515)
En la Mesa de los pecados capitales y en el Tríptico del Jardín de las Delicias, vuelve a aparecer un lugar siniestro donde a lo lejos vemos las llamas que anuncian el desastre, es el infierno, el lugar al que irán los pecadores representado como un lugar sombrío, de tonos rojizos, lleno de movimiento, de huidas, de miserias y de ataques que contrastan con el resto de paneles de cualquiera de éstas obras dominadas por un cielo azul que despliega la luz y colores más fríos pero a la vez tranquilizadores que trasmiten composiciones más armónicas. 

Tríptico del Jardín de las Delicias (1490-1500)

El Bosco es secuencial en algunas de sus obras como en los trípticos del carro de heno y del jardín de las delicias, ya que nos muestra a modo de sucesión las consecuencias de nuestras actitudes inclinadas al pecado, mostrando no solo la consecuencia sino también los actos de los cuales debemos huir: la música profana a través de partituras e instrumentos musicales, que da nombre el Infierno musical que aparece en el Jardín de las Delicias, el deleite carnal, la gula, etc.. en definitiva, los pecados capitales a los cuáles dedica una de sus obras la Mesa de los Pecados Capitales. 

Mesa de los Pecados Capitales (1505-1510)
Vivió el paso de la Edad Media de donde tomará la mayor parte de su iconografía a la Edad Moderna, un cambio finisecular azotado por grandes revoluciones en la mentalidad, en la sociedad, en la cultura y en la religión y que hicieron de la suya una obra muy particular. 

¿Un loco, un visionario, un alquimista o un hereje, quién fue Hieronymus van Aeken? Un pintor de su época con una particular visión e imaginación, que dio una vuelta más a lo que era entender la pintura y su significado último. Un hombre atemorizado por el pecado, inmerso en una religiosidad que lo invadía todo convertida en el tamiz por el que la vida pasaba. Un inventor de escenarios repletos de seres imaginarios por las características de los cuales les dotaba. Y un genio, que hace que hoy 500 años después de su muerte, aún despierte curiosidad no solo por su obra sino también por su vida. 

Cada obra es hija de su tiempo y hay que mirarlas con la mentalidad de la época en que cada uno de los artistas que las crearon vivieron. Alejándonos de prejuicios, sin anteponer nuestra forma de vida y pensamiento a un mundo en el que a nosotros nos considerarían locos y en el que quizá, el propio Bosco o quizá un cirujano estafador, con un embudo en la cabeza símbolo del engaño, nos extrajese la piedra que nos lleva a la locura. Pero fijémonos bien ¿piedra o pequeño tulipán? ... Una obra es mucho más de lo que se ve a primera vista, en ella influyen el contexto y el bagaje cultural e intelectual del artista. Por eso debemos captar los detalles y ponerlos en relación con los símbolos y la iconografía de la totalidad de la obra, como sucede con las pinturas de este gran pintor. 

La extracción de la piedra de la locura (1501-1505)

Su apodo o sobrenombre, proviene de su ciudad natal: Hertongenbosch, algo habitual en la época. Pero como recoge Joaquín Yarza Luarces, no será hasta 1503-4 cuando comience a firmar sus obras como "Bosch", un sobrenombre que no le dieron en su ciudad, sino que fue motivado por su creciente fama en el resto del país.

Cuando Felipe II ve cercana su muerte, pide que le lleven a El Escorial y reúnan todas las obras que allí se encontraban del pintor holandés, para que fueran dispuestas frente a su lecho. Lo último que verían sus ojos antes de cerrarse serían unas obras repletas de llamas, infiernos, personajes sobrenaturales, castigos y el recuerdo de que lo que hacemos en la tierra se paga en el infierno. Pero ¿que empujó a un rey, como Felipe II, atormentado por una religiosidad exacerbada a contemplar durante 50 días de agonía, unas obras que no hacían más que incidir negativamente en el alma, ya de por sí maltrecha del monarca? Quizá lo mismo que hoy, 500 años después de su muerte, nos empuja a hacer largas colas en el Museo del Prado, para admirar sus obras y seguir indagando en sus significados y en la figura de este gran pintor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

"El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas" (Marcel Duchamp)