sábado, 21 de julio de 2018

Gesamtkunstwerk: de Richard Wagner a Antoni Gaudí.


Cuando hablo de arte, siempre me gusta recalcar la idea de que es un sentimiento. Los que leéis mis manzanas lo sabéis. Es un sentimiento que se produce en el alma. Y da igual, que nos enfrentemos a una obra pictórica, arquitectónica o escultórica o a un poema, una danza, una ópera o una pieza musical. El sentimiento que experimentamos es un allegro, una escalada ascendente que va del Sí menor al Sí mayor interpretado por chelos y violines, a los que se unen el oboe y el corno inglés junto con el clarinete, y que van marcando en nuestro interior, en compás ternario, un galopar de caballos que va del piano al forte. Y así, al ritmo que nos van marcando los instrumentos de cuerda, mantenemos la intensidad, frente a una fachada revestida de coloreados trencadís, que nos recuerda el confeti de una mascarada cuyos balcones nos miran como si fuesen antifaces de esta fiesta, y a medida que nos detenemos en detalles de formas orgánicas y onduladas, la melodía y el sentimiento que vamos experimentando se adecua a ese ritmo adquiriendo dinámicos cambios graduales, como si de un todo se tratase, y las flautas y los clarinetes nos adentran en un patio interior, en un mar de distintas tonalidades e intensidades de azules que van de los más intensos a los más claros, sin que por ello, nuestro corazón deje de cabalgar, acelerándose y ascendiendo, y al ritmo de oboes y trompetas vamos alcanzando el éxtasis en una melodía cada vez más forte que culmina con trombones cuando nuestros ojos se detienen en una sucesión de arcos catenarios, como si en ese ritmo melódico y dramático de textura polifónica nos hubiésemos introducido dentro del esqueleto de un animal. Y con esta melodía en crescendo, interpretada por nuestro alma cuando estamos frente a una obra que nos lleva al éxtasis, nos sentimos bien con nosotros mismos, complaciendo nuestro interior y experimentando la belleza. Un sentimiento eufórico, que es aún mayor y completo, cuando una misma obra está compuesta de pequeños elementos que la convierten en "la obra de arte total" y es disfrutada por cada uno de nosotros, o de nuestros antepasados y por las generaciones futuras. Obras que no nacen solo para el deleite del que las crea, sino que su fin es social. La idea, la de la obra de arte total, traspasa fronteras artísticas y siglos y nos lleva hasta el compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) que la recuperó durante el Romanticismo. Este excepcional compositor, de obras cómo Die Walküre (La Valquiria), vuelve sus ojos al drama griego, el cual, concentraba la esencia de la Gesamtkunstwerk, al reunir música, partes recitadas y danza. 


"Wotan con la valkyria Brunilda" 
Al recuperar esta forma de hacer ática, Wagner rompía con la encorsetada tradición operística italiana que dividía la ópera en arias y recitativos. Lo que él buscaba era la fusión y unificación de las diferentes artes, donde además, tuviese cabida la voz humana como si de un instrumento más de la orquesta se tratase. Algo con lo que otros compositores no estaban de acuerdo, pero que alentó un debate y una forma de hacer, que se fue desarrollando a lo largo del tiempo y adoptado por el resto de las artes, elevando a Richard Wagner a la categoría de padre de la Gesamtkunstwerk. Pero su paternidad, no es del todo cierta, ya que el primero en utilizar dicho término, fue Friedrich Eusebius Trahndorff, en 1827, un escritor y filósofo alemán. "La Valquiria", es la segunda ópera que forma parte del ciclo "El Anillo del Nibelungo". Será en la última, "Gottërdammerung" (El Ocaso de los dioses), en la que consiga poner en práctica lo extraído del drama griego.



"Gottërdammerung" (El Ocaso de los dioses)

Aunque Wagner, no pudo desarrollar, de una forma completa ese deseo de obra de arte total, por la imposibilidad de integrar la voz humana a la larguísima duración de sus obras, si nos legó óperas en las cuales, aplica las ideas que pretendía conseguir. Pero no solo se preocupó de lo que concernía a la obra, también se ocupó de todos aquellos detalles prácticos que nos involucran en lo que estamos viendo, como del montaje, la iluminación e incluso la posición de las butacas, las cuales, debían colocarse mirando directamente al escenario donde se desarrollaría la escena, y que vendría a ratificar la importancia del público en la obra. Y si tenemos en cuenta esto, podemos preguntarnos, si en la actualidad, se sigue dando la misma importancia a la comunidad. Cuando vamos al teatro, para asistir a cualquier obra teatral, ballet u ópera, todos los espectadores no tienen la misma visión del escenario dependiendo de donde se ubique la butaca. Cuanto más nos vamos alejando de la escena, nuestra  percepción y la visibilidad van cambiando, tanto, que en ocasiones intuimos lo que pasa en ella más que verlo. 




La obra de arte total, implicaba una variedad de artes, intentando que todas tuviesen la misma importancia, pero esto no llega a ser tan pragmático como se quería, ya que era habitual que prevaleciese una frente al resto, las cuáles se subordinaban a ella. En el caso de las óperas wagnerianas, la prioridad se centraba en la música. Y lo mismo sucede si hablamos de arquitectura. Cuando Antoni Gaudí (1852-1926) diseñaba todo lo que concernía a una vivienda, la prioridad era el espacio, un espacio modulable, que se adelanta a la planta libre que caracterizaría a los arquitectos del movimiento moderno (como ya he repetido en infinidad de veces), en el que el mobiliario y el resto de elementos de decoración se acomodaban. Pero al mismo tiempo, también lo hacían a las formas que la naturaleza nos brindaba, convertida en fuente de inspiración del Modernismo. Aunque Gaudí no solo tomo como fuente de inspiración las formas naturales, también se inspiró en el cuerpo humano, ese que tenía que hacer uso de todos y cada uno de los elementos de una casa, y por ello tanto las sillas como los buzones, o los tiradores de las puertas, son ergonómicos, adaptándose estos últimos a la forma que adoptan nuestros dedos cuando vamos a agarrarle. Utilizó nuevos elementos portantes, como los arcos de catenaria o hiperboloides parabólicos, que aportan más luz pero sobre todo reparten las fuerzas hacia los extremos ganando estabilidad mecánica y obviando otras estructuras, convirtiéndose en los únicos elementos que soportarían el edificio. Se ocupaba de todo buscando la comodidad, las soluciones novedosas que aportaban practicidad y la obra de arte total, en la que todo se contemplase y nada se obviase. Y lo consiguió. 


Arcos catenarios
Casa Milá (1906-1912)

Gaudí no dejó nada al azar, y si Wagner se preocupó de la iluminación que aporta el carácter dramático o alegre a una ópera, dependiendo del pasaje, Gaudí hizo lo mismo. En sus edificios buscó la máxima iluminación para las plantas bajas, y por ello, decidió jugar con las tonalidades más claras, reservando las más oscuras para las zonas altas donde la iluminación era más potente, cómo podemos comprobar en la Casa Batlló, a la que dotó de una gran funcionalidad. Aunque ambos artistas, pertenecieron a generaciones diferentes, les unen intereses y preocupaciones comunes. Ambos, compartían una mente privilegiada que entendía el arte cómo un todo. 


Richard Wagner (1813-1883)
Antoni Gaudí (1852-1926)

Richard Wagner partía de una música que empezaba a tomar forma en su mente y trasladaba a una partitura. Antoni Gaudí, frente a lo que muchos podáis creer, no pensaba en una arquitectura, pensaba en un espacio al que acomodaba una original y fantástica solución arquitectónica, que en algunos casos como en la fachada de la Casa Milá, era autoportante. Es decir, la fachada, formada por un muro-cortina, puede desaparecer, ya que no soporta absolutamente nada, lo cual permite derribar los muros interiores y redistribuir el espacio a conveniencia de las necesidades (planta libre). La función la cumplen los elementos portantes formados por jácenas y pilares que soportan bóvedas, todo ello de estructura metálica (recordad los nuevos materiales, como el hormigón armado o el hierro, empiezan a aparecer en escena. La fachada, de la Casa Milá, la que concentra toda nuestra atención, presenta problemas de humedades debido al uso de hierro en y la forma dada a la piedra que la cubre). 



"Casa Milá"
Antoni Gaudí. 

Buscaba la expresividad en sus obras y la primacía de las formas espaciales. Cuando Gaudí, aún era un niño, comenzó a trabajar con su padre, calderero, haciendo calderos, recipientes, esto le ayudó a desarrollar una gran capacidad espacial que tuvo como consecuencia, que Gaudí no necesitase un lápiz y un papel para dibujar la arquitectura, sino que en su mente se imaginaba el espacio del cual partía. Gaudí no dejó ni un solo plano, en cambió si nos ha dejado maquetas en las cuáles se basaba, para construir sus edificios. Maquetas valiosísimas en las que además resuelve problemas de peso. Son maquetas invertidas formadas por sacos que cuelgan de cuerdas, las cuáles, en la arquitectura real, serían las columnas y arcos. Las maquetas polifuniculares nos muestran una nueva forma de hacer arquitectura, y sitúan a Gaudí en el Olimpo de los mejores arquitectos que ha dado la Historia del Arte. 




Cuando Richard Wagner acuñó la palabra Gesamtkunstwerk, jamás pudo imaginar que tuviese tanta repercusión en la arquitectura moderna, y que Antoni Gaudí lograse llevar a la máxima definición la idea de obra de arte total. 


Por cierto, ¿habéis reconocido a qué ópera pertenece esa escalada ascendente de caballos que galopan? Y del mismo modo ¿podéis adivinar frente a qué edificio nuestro alma puede sentir el éxtasis? 




Ride of the Valkyries (Die Valkyria)
Richard Wagner.



Casa Batlló
Antoni Gaudí.


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"El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas" (Marcel Duchamp)