lunes, 20 de agosto de 2018

Las veladuras pictóricas y los velos escultóricos.


"La Verdad velada" (fragmento)
Antonio Corradini
Capilla de San Severo (Nápoles)
En el S.XIV gracias a la pericia de los hermanos Van Eyck, sobre todo de Jan Van Eyck (1390-1441), asistimos al nacimiento de la pintura al óleo y de una nueva forma de crear la perspectiva o el efecto de lejanía. La pintura al óleo permitía aplicar finísimas capas de pintura que desdibujaban las figuras y los contornos. En el Quatrocentto será Leonardo da Vinci (1452-1519) quien comience a utilizar la técnica de las veladuras o sfumato. Leeréis que él fue el creador de esta técnica, pero los que afirman tal hipótesis lo único que hacen es demostrar sus pocos conocimientos sobre la Historia del Arte e incluso me atrevería a decir, que también de la lógica. Las técnicas, los descubrimientos en cualquier campo de la vida, no surgen de la noche a la mañana y no lo hacen de forma aislada y por un único artista, son los pequeños cambios, los que van haciendo que se desarrollen nuevas técnicas o nuevas formas de hacer en lugares diferentes. Lo mismo sucede con atribuir la paternidad del Cubismo a Pablo Picasso. Pero además de demostrar su escaso conocimiento, olvidan a importantes artistas que aunque en la actualidad no tengan la relevancia de otros, que no es el caso de Jan Van Eyck, contribuyeron al avance de las artes. En el S.XVII será Velázquez quién recupere esta forma de crear profundidad, ya que se da cuenta, que el aire que se interpone entre los objetos hacia que estos perdiesen definición. La obra que mejor lo refleja será "La fábula de Aracne". Si en el caso de Leonardo hablamos del sfumato, en el caso de Velázquez, y de ahora en adelante, hablaremos de perspectiva aérea. Curiosamente y como explica Ángulo Iñiguez, ninguno de los seguidores que Velázquez dejó a su muerte en la Escuela Madrileña, seguirán con lo aprendido del maestro sevillano.

"Las hilanderas o la fábula de Aracne"  (1655-1660)
Diego Velázquez
Museo del Prado.
Pero esta técnica de las veladuras, no solo aparece en pintura. Observando las esculturas veladas de algunos artistas italianos del Rococó, a mí se me antoja que esas veladuras que cubren el cuerpo desnudo de las esculturas, cumplen una función muy similar a las pequeñas capas de óleo que se aplicaban en la pintura. Serán varios los artistas que practiquen esta forma de crear arte, entre ellos destacan el veneciano Antonio Corradini (1688-1752) y el napolitano Giuseppe Sanmartino (1720-1793). Cuando observamos sus obras como la "Verdad velada" (1752) o "El Cristo Velado" (1753), respectivamente, ambas en la Capilla de San Severo en Nápoles, lo primero en lo que pensamos es en la maestría de ambos. Tallar un velo tan fino que nos trasmita las calidades de las gasas o las sedas traslúcidas, es demostrar una gran pericia en el uso de los útiles para trabajar el mármol. En realidad, estas obras, están trabajadas según la técnica de los paños mojados que comenzó a utilizarse en la Antigua Grecia. Una técnica, llamada así, porque los tejidos que cubren el cuerpo se adhieren a él como si en verdad estuviesen mojados. La calidad que adquieran los paños, así como la ilusión de trasmitirnos que realmente están húmedos, dependerá de la habilidad del escultor. 

"Las Parcas"
El Partenón 447 a.c - 438 a.c
Fidias.
British Museum.

El primero en utilizar esta técnica, será Fidias (h. 500 a.c- h. 431 a.c), el escultor de Pericles, en las esculturas que decoraban el friso del Partenón y que hoy podemos admirar en el British Museum. También lo hicieron los escultores góticos, pero con grandes diferencias. Mientras la Grecia clásica rendía culto a las proporciones, al canon y al gusto por la desnudez del cuerpo, que podía cubrirse con finos velos, dejando traslucir el cuerpo, la Edad Media, debido al dominio que impuso la religión y la moral sobre las artes, las finas telas se convirtieron en gruesos paños que ocultaban las anatomías. Pasándose de ligeros velos a pesados ropajes. Nuestro ojo nota ese cambio de volúmenes, y así, cuando contemplamos una escultura o un relieve griego, tenemos la sensación de levedad, de esculturas etéreas, sin peso y gráciles, en cambio, cuando nos detenemos ante una escultura gótica tenemos la percepción contraria, nos produce pesadez visual y ampulosidad. La percepción de las calidades también varía, cuando entramos en el Louvre y llegamos al espacio abovedado creado ex profeso para acoger la "Victoria de Samotracia" (190 a.c), según vamos ascendiendo peldaño a peldaño por la escalera Daru, la magnificencia de esta joya del período helenístico, nos inunda y casi podemos sentir sin tocar, la seda del paño que cubre su sensual cuerpo.


"Victoria de Samotracia" (o Niké)
Anónimo (ca. 190 a.c.)
Museo del Louvre.

En cambio cuando nos detenemos frente a una escultura románica o gótica, como por ejemplo la escultura hallada en 2017 en los trabajos de restauración de la Catedral de Santiago de Compostela, realizada hacia 1170 por un desconocido Maestro, llamado por la técnica que utiliza en esta escultura, el Maestro de los Paños Mojados, observamos cómo los pliegues, aún cuando se adhieren al cuerpo, la sensación táctil que experimentamos es la robustez de un paño más rígido
, quizá un terciopelo o una lana fina. Comparándolo con la Grecia Clásica y Helenistica, parece que la Edad Media,  a pesar de ser una época mucho más avanzada en el tiempo, retrocedió en el desarrollo de las formas y en la  plaamacion de las calidades. Aún así estamos ante una técnica muy depurada y de gran belleza.

Figura masculina (ca. 1170)
Maestro de los Paños Mojados.
Catedral de Santiago de Compostela.

Pero en los albores del S.XVI, nuestro querido Miguel Ángel (1475-1564), recupera el amor por la anatomía y cubre el cuerpo desnudo de Cristo muerto, con un frágil, delicado, escueto y maravilloso paño de pureza, en su "Pietá" (1498-9).

"La Pietá" (1498-9)
Miguel Ángel Buonarroti.
El Vaticano.

Lo que observamos es que a medida que se va recuperando el amor por el estudio del cuerpo, y sobre todo, va desapareciendo la vergüenza de mostrarlo que había impuesto la Iglesia, se recupera esta técnica de paños mojados para mostrarnos la anatomía que subyace bajo ellos. 

Y llegamos a finales del Barroco y al principio del Rococó, cuando dos artistas italianos, Corradini y Sanmartino utilizan esta técnica con tal maestría, que la sensaciones que nos producen, son otras y muy distintas. En las anteriores imágenes nos fijábamos en los cuerpos desnudos que emergían a través de los paños. Estas telas, eran solo un recurso, lo importante estaba debajo de ellas. Como he dicho antes, la pasión que algunos artistas, entre los que destacan los escultores griegos y Miguel Ángel, sentían por los cuerpos perfectos y por las proporciones, hizo que les desnudasen para mostrarnos cuerpos trabajados, calidades corpóreas, que era lo realmente importante. El hombre era el centro, la medida del universo. Pero ahora, contemplando la alegoría de la "Verdad velada" no nos fijamos en los cuerpos que se esconden, sino en la delicadeza de unos paños que cubre el rostro de la escultura, como queriendo ocultarla. La delgadez marmórea es tal, que el resto queda suspendido. El velo parece formar una segunda piel, que cae suave por el cuerpo y queda sujeto en las partes más salientes de este, como en los pechos de la alegoría, trasmitiendo una enorme sensualidad. Un cuerpo desnudo y semioculto, que cubre quizá por pudor. Pero lo mismo hizo Sanmartino en su "Cristo velado". Hasta ahora estábamos acostumbrados a ver la perfecta anatomía de Cristo muerto, al que únicamente cubrían sus partes más pudendas con un escueto, en ocasiones, paño de pureza. En esta escultura, el paño de pureza desaparece o se agranda para cubrir el cuerpo muerto, como si de la Sábana Santa se tratara. La diferencia, es que esta sabana, esta mortaja, si nos permite adivinar la anatomía del finado. Una anatomía mucho más robusta, como era propio del Barroco y del Rococó. Cristo se hace acompañar de los instrumentos de su Pasión.




"Cristo Velado" (1753)
Giuseppe Sanmartino.
Capilla San Severo (Nápoles)


 Ambas esculturas adornan la capilla funeraria de San Severo. La capilla tiene un origen macabro e incierto, quizá más una leyenda que una historia real. Según cuentan la mandó edificar Adriana Carafa de la Spina, para enterrar los restos de su hijo, asesinado por el marido de su amante, el compositor Carlo Gesualdo. Este, asesina también a su esposa, tirando ambos cadáveres por la ventana del Palacio. La desventura de ambos amantes no termina aquí, ya que los cuerpos son devorados por animales. La fuentes, sin embargo, remiten como fundador de esta obra arquitectónica a Alessandro de San Severo, segundo príncipe de Sangro, alquimista y maestre de la masonería, y no al primer príncipe de Sangro, marido de Adriana. La capilla está ligada a la masonería y a la alquimia, por ello quizá, se le encargó a Corradini, otro masón, la realización de las esculturas alegóricas que decorarían el enterramiento. Antonio Corradini muere sin haberla terminado y del encargo se ocupa Giuseppe Sanmartino, el cual, obvia los bocetos del Cristo muerto, para hacer su propia versión de un velado, que ocupará el centro de la capilla. Es tal el virtuosismo de este Cristo, que siguiendo con la leyenda que les envuelve, se habla de que el velo es realmente una finísima tela que por arte de la alquimia ha sido petrificada convirtiéndola en mármol.


Pero estos velos aportan algo más además del misterio, la lejanía. Recordad como empezaba esta entrada hablando de las veladuras pictóricas que hacían perder definición a los cuerpos. Aquí observamos lo mismo, la tela es como una veladura que se aplica finamente y que hace que no percibamos con claridad absoluta los rostros o el cuerpo que hay bajo ella. Los rostros pierden inmediatez, los labios aparecen desdibujados, solo adivinamos ciertas partes de los mismos, las comisuras en el caso de la "Verdad velada". Los pliegues colocados estratégicamente, ayudan a potenciar la lejanía y a ahondar en lo impreciso de la carne. Nos recuerda al sfumato leonardesco. 


"La Verdad velada" (1752)
Antonio Corradini 
Capilla de San Severo (Nápoles)








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"El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas" (Marcel Duchamp)