miércoles, 9 de enero de 2019

Constantin Brancusi y la extensión de un beso.


Constantin Brancusi. 

París era una fiesta, eso pensaba Ernest Hemingway, cuando decidió titular así su última obra, la cual recoge sus aventuras de juventud en la ciudad del Sena durante los años 20 del siglo que nos antecede, acompañado por los escritores que formaron la llamada generación perdida. Y eso mismo pienso yo, cuando imagino a esta bulliciosa ciudad, en lo albores del S.XX, a la que, provenientes de diferentes países, llegaron jóvenes artistas, escapando de un destino incierto y deseosos de alcanzar la fama y mostrar al mundo el nuevo arte. Uno de estos jóvenes fue Constantin Brancusi (1876-1957), que en 1904 y después de una larga caminata desde Bucarest, llega a la ciudad donde tomarían forma sus sueños. Allí, entraría en contacto con Auguste Rodin, en cuyo taller pasaría una temporada y sobre todo con artistas que se encuentran en el origen del nacimiento del arte Moderno como Picasso, Modigliani al que dice que le enseñó a tallar, o con ese dúo tan bien avenido como fueron Francis Picabia y Marcel Duchamp (recordad que era un trío, ya que junto a ellos siempre estaría Man Ray) o Henry Rousseau "el aduanero". Todos ellos dieron carácter y especificidad al arte que se desarrollaría en Europa desde inicios del S.XX y que tuvo como epicentro París. 

El destino o el hado, hizo que Brancusi abandonase la taberna en la que trabajaba en Bucarest y comenzase su formación como escultor en la escuela de Artes y Oficios de Craiova. Y ese dulce destino se forjó una tarde en la que alguien le reta a realizar un violín con una caja de madera utilizada para guardar naranjas. La perfección del instrumento fue tal, que un rico comerciante le apadrinó pagándole sus estudios. Y así, ese joven campesino, que había trabajado en los oficios más dispares, logró convertirse en pionero y referente de la escultura y del arte vanguardista de las primeras décadas del siglo pasado. A pesar de que la historia no ha sido justa con él, ya que el gran público apenas conoce y reconoce sus logros, con su obra se inicia la andadura de la escultura abstracta y la influencia que tendría en artistas posteriores como Henry Moore o Richard Serra.

"Mademoiselle Pogany II" y "Golden Bird", 1920
Taller del Impasse Rossin (París)

Este hombre de aspecto rudo y serio, barba y pelo desmadejado que gustaba de las obras seriadas, inmortalizó, para mí, uno de los besos más sencillos pero lleno de emotividad que nos ha dado la Historia del Arte. Aquí no hay artificio, ni poses estudiadas, ni siquiera una historia detrás, solo hay un abrazo y un beso. Un bloque de piedra que trabajado con la técnica primitiva de la talla directa, nos trasmite toda la calidez del momento. Esta técnica había sido abandonada desde época medieval, ya que la consideraban demasiado ruda y los ideales del Renacimiento tendían a la belleza en todos los sentidos, una belleza que empezaba por el uso de técnicas que nos mostraran cuerpos perfectos y bellos y no solo bloques que conservaran la marca de la talla. Con la talla directa se golpeaba la piedra quitando material hasta hacer aparecer la imagen que subyace en su interior, al golpear el material se obtenían diferentes calidades y acabados más propios de la artesanía. Pero nuestro escultor la utiliza con tanto mimo, que esa supuesta rudeza desaparece en aras de la gracilidad. En parte no estaban tan alejados de la idea de Miguel Ángel, quien dijo que cada bloque de mármol guarda una escultura en su interior y que el trabajo del escultor es sacarla a la luz. Brancusi hizo lo propio y a través de la sencillez y de la simplificación nos legó obras que muestran el mismo amor por las formas que tenía Miguel Ángel. Contemplar "El beso" ("The Kiss") es abstraerte, es detenerte en las escasas líneas que forman los brazos, los labios, los ojos que cerrados se entregan a ese bello momento y el pelo con el que identifica al hombre y a la mujer. No necesitó de nada más para convertir su obra en la más deseada por coleccionistas y museos. La demanda de esta obra para formar parte de distintas exposiciones fue tal, que Brancusi sacó algunos modelos en yeso, como el que conserva la Colección Nasher en Dallas.


"El beso", 1907
Museo de Arte de Craiova (Rumania)

La primera versión de "El beso" es un yeso de principios del S.XX que realizaría para la colección del artista e historiador del arte Walter Pach y la última data de 1916 a requerimiento de su marchante en Nueva York, John Quinn. Esta última es la más geométrica de todas y quizá la más influenciada por el Cubismo. Entre todas ellas existen diferencias que van modelando su estilo. Pero todas conservan la idea de una obra surgida del bloque, del material, ya sea de piedra caliza o yeso. El uso de técnicas tan básicas y primitivas tiene mucho que ver con el descubrimiento del arte africano, que tanto influiría en los artistas de aquella generación, como en Picasso, para ello no hay más que contemplar "Las Señoritas de Avignon", influenciada además por el arte Íbero. La escultura africana partía de un bloque al cual se le daba la forma general de la figura a representar mediante el desbastado, para luego crear, a través de líneas interiores incisas, el resto de la obra. Estas esculturas se caracterizan por la frontalidad, la rigidez y la enorme belleza que le confería el pulido de la madera. Nuestros artistas entraron en contacto con las civilizaciones africanas, debido al gusto del momento por el exotismo proveniente de las numerosas expediciones que se realizaron al continente africano, y que se hicieron presentes en colecciones y museos y ellos a cambio, hicieron que este arte fuese reconocido a nivel mundial.


El beso", 1916
Philadelphia Museum of Art.

Si os fijáis en cualquiera de las versiones de "El beso", parece estar realizada para ser contemplada de frente, pero es una obra para ser contemplada exenta, es decir, podemos rodearla y verla desde todos sus ángulos, así se enriquece nuestra visión y la obra. Esta conserva la pureza del bloque que adquiere la forma de un cubo que en ocasiones se alarga como en la última versión. Es táctil, ya que busca las calidades, las cuales están en la génesis del arte vanguardista, recordad como el Cubismo utilizó el collage para crear texturas y por lo tanto aportar significados. El otro elemento propio de este momento y que continuará hasta la actualidad, es la importancia que Brancusi otorga al espacio. La obra no es solo la pieza que contemplamos, es también la relación que guarda con el ambiente que la rodea, que la envuelve y con el que juega. Nuestro escultor tenía tan clara esa idea que cuando le preguntan cómo y dónde deberían colocar esta obra, él responde: "tal y como está, en algo separado; para cualquier tipo de disposición tendrá el aspecto de una amputación". Pero va más allá, su preocupación por el espacio y la relación que guarda con la obra, era tal, que al final de su vida, encerrado como un ermitaño en su taller del número 8 del Impasse Ronsin, en París, se dedicó a estudiar la relación que estas tenían con el espacio en el que se alojaban. Tanto es así que dejó de participar en exposiciones y cuando vendía una de sus esculturas la sustituía por otra de yeso para que no se rompiera la unidad del conjunto. Su taller se convirtió en objeto de su propio estudio haciendo de él una magnífica sala de exposiciones a la que invitaba a sus amigos y a todo aquel que quisiera visitarle, preparando minuciosamente cada una de esas visitas. 





El beso no está representado solo por el hecho mismo de la acción, sino por los brazos con los que rodean el cuerpo del otro, unos brazos que por un lado contribuyen a dar el aspecto de bloque, de cubo, evitando cualquier elemento saliente, cualquier ángulo que no sea el formado por la propia figura geométrica, y por otro señalan el acto de besar, algo muy propio del arte más primitivo en el que se destacaba aquellas partes que iban cargadas de significado, en la cuales se concentraba la atención. Brancusi resalta dos, los labios y los brazos, ambos se encargan de unir a los dos amantes, haciendo de ellos, uno solo. Otra versión de 1907, de este famoso ósculo se encuentra en el cementerio de Montparnasse en París y a modo de estela sirve para marcar la tumba de Tania Rachevskaia, una anarquista rusa que se suicidó por amor. En este caso, Brancusi introduce una novedad, marca las piernas, unas piernas que de nuevo vuelven a entrelazarse, buscando el aspecto unitario del conjunto, de monolito, de primitivismo. Quizá esta versión, por la historia que tiene detrás, esté más en consonancia con el beso en el que se inspira y que no es otro que el del afamado Rodin, pero el de Brancusi marca el inicio de la escultura hacia formas más modernas.

Y a vosotros ¿qué versión de todas os gusta más?

"El beso", 1910.
Monumento a Tania Rachevskaia, 1907
Cementerio de Montparnasse, París.



























En ocasiones le han calificado de cubista, pero no todas sus obras se centran en el cubo y en sus valores formales, el amor por la búsqueda de la forma pura, sencilla pero reveladora, le lleva a jugar con las curvas, cómo se aprecia en "El recién nacido" o en "Princess X", de la que Matisse (o quizá Picasso, no está del todo claro) diría que es un falo y por ese parecido con el miembro viril, la policía la retiró del Salón de los Independientes de 1920. En ambas vemos como la palabra simplificación adquiere todo su significado. En ambas llama la atención el pulimento, la calidad lisa y fría de su superficie, en cambio las formas curvas nos aportan calidez. En ambas el material, mármol y bronce respectivamente, se convierte en parte fundamental y casi única de la obra. Con ellas se acerca cada vez más a la abstracción, aunque el escultor rumano huye de esta técnica abstracta, al igual que lo hace de las formas clásicas de representación, de la simple imitación de la naturaleza, idea que había sido defendida por los artistas durante siglos. Busca la idea, la esencia que se hace materia y no la forma, por ello, quizá la frase que mejor define su corpus teórico sea: "yo no esculpo pájaros, sino su vuelo". Obvia la anécdota para centrarse en lo que es. 

"Princess X", 1916
Philadelphia Museum of Art.

Si contempláis "Princess X", seguramente estaréis de acuerdo con la afirmación de Matisse y no con la de su autor, él cual aseguró, que lo que muestra es la esencia de lo que es una mujer. La mujer que inspiró esta obra no fue otra que Marie Bonaparte, la nieta de Napoleón. Ella acudió al taller de Brancusi para que la realizase un busto, aunque él no estaba muy por la labor de realizar este tipo de escultura. Finalmente accedió. En la primera obra que realizó, no esculpió a la mujer que vió, sino su esencia, la que ella le había trasladado sin querer. Y esa no era otra que su vanidad, ya que Marie Bonaparte, durante el tiempo que estuvo con Brancusi, no dejó de mirarse en un espejo que llevaba. La obra que surge es "Mujer mirándose en un espejo", en donde la mujer representada, se inclina para mirarse en ese objeto que la devuelve su reflejo. Pero no contento con el resultado, quizá demasiado convencional y obsesionado por buscar formas muy simples que encerrasen lo que la caracterizaba,  durante los cinco años siguientes, continuó investigando sobre la idea que ella le había transmitido. Siguió puliendo y simplificando la obra hasta crear "Princess X", hasta quedarse con el concepto, con lo que ella representaba y no con sus facciones, ya que aseguraba que la esencia de una mujer no es la nariz, ni la boca ya que todos poseemos una, ni tampoco es una sonrisa ni pintura en las mejillas. Lo que caracterizaba a la princesa Marie, es la realidad que el escultor había captado y así lo representa. Y esa realidad no es abstracta ya que parte de una idea, de un concepto y eso nunca es abstracto siempre es real. El resultado es una obra delicada, suave, grácil, perfecta, sin bordes y etérea. La simplificación hizo que la escultura esté formada por dos bolas inferiores ligeramente aplastadas, que representa el busto de la mujer, alabado por el escultor, una pieza cilíndrica que se identifica con el cuello y otra superior que de nuevo adquiere forma de bola y que se correspondería con la cabeza. Quizá, ahora, después de esta explicación, estéis más de acuerdo con Constantin Brancussi que con Henry Matisse. 


"Mujer mirándose en un espejo", 1909.
Constantin Brancusi después de pasar unos pocos años en el taller de Auguste Rodin, emprendió su propio vuelo alegando que "nada crece a la sombra de un gran árbol", quizá su reflexión fuera cierta, pero demostró que no solo Rodin era un gran árbol, él también se convirtió en el árbol que haría florecer el arte de su época.

"El recién nacido", 1915
Philadelphia Museum of Art.

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"El arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas" (Marcel Duchamp)